Nuestra historia personal empieza inevitablemente por una familia. La familia es el primer lugar donde aprendemos ser lo que somos. Aquí es donde nos encontramos con los primeros modelos – nuestros padres que nos sirven de referencia. Como niños, aprendemos de ellos, y también confiamos que nos vayan a proporcionar todo lo que necesitamos. No tenemos suficiente recursos para poder gestionar lo que nos pasa, por esta razón hacemos lo posible para adaptarnos al entorno en el que nos encontramos, como cada ser vivo de este planeta. Dependemos de los adultos para que se cubrir nuestras necesidades, físicas y emocionales. De las últimas no sólo me refiero a nuestra necesidad de afecto, sino también de límites que nos dan una sensación de seguridad y contención.
Todas las familias tienen sus normas y sus reglas, explicitas e implícitas. El niño no tiene ningún tipo de “filtro” para elegir qué norma será buena para él, sino las absorbe sin rechazarlas. Como adultos nos encontramos que algunos de estos mandatos ya no nos sirven. La terapia Gestalt invita a hacer un trabajo personal para poder identificarlos y actualizarlos.
En una familia disfuncional, marcada por rigidez y exceso de uso de poder por los padres, existen normas que muchas veces limitan la libertad en muchos sentidos (de expresión, de sentir, de pensar, de relacionarse, de intimidad). Aquí presento algunos de estos mandatos.
“Tienes que ser perfecto” En las familias disfuncionales hay un exceso de perfeccionismo. Todo tiene que ser perfecto. Es importante como es vista la familia por los demás. Si no eres perfecto, puedes ser objeto de burla. Se utilizan comparaciones: “Mira Juanito, que bien lo está haciendo. Y tú?…”. Hay muy poco margen para cometer errores. Si te equivocas, puedes convertirte en “la vergüenza familiar”.
“Tú: calladito” En las familias disfuncionales no se expresan los sentimientos, o hay algunos que son prohibidos, por ejemplo la ira o la tristeza. Sólo se permite expresar algunos, el resto son censurados. El niño puede ser castigado si expresa la rabia. Por lo tanto, el aprendizaje que hace es: “la rabia es mala”. Hay un exceso de control, en cuanto a la expresión, comportamiento, contacto.
En las familias disfuncionales puede existir poco contacto físico entre los miembros (en este caso se crea una frialdad emocional y las necesidades afectivas no son satisfechas), o todo lo contrario: hay demasiado de forma retorcida (abusos, violencia), por exceso de poder que utilizan los adultos hacia los niños.
“No confíes en nadie” Los padres, por su propia inseguridad, trasmiten la desconfianza a los hijos. Piensan que de esta manera van a evitar que los hijos se lleven una decepción, porque ellos mismos se decepcionaron alguna vez. Sin embargo, la excesiva desconfianza puede llevarlos a limitarse en cuanto a la vinculación con otras personas y afectar negativamente las relaciones.
“Estás aquí para hacerme feliz”. Los niños que se sienten obligados a satisfacer a sus padres, mediante los éxitos en la escuela por ejemplo. Se esfuerzan tanto, que incluso como adultos se ven obligados a seguir con el mismo mandato y nos encontramos con una mujer o un hombre de 40 años intentando hacer sonreír a su mama o su papa. Este mandato puede tener mucho que ver con las necesidades afectivas no satisfechas en la pareja de los adultos, que intentan de esta forma hacer responsable al hijo de su felicidad.
“Tú eres el culpable”. Culpabilizar a los hijos de cómo se sienten los padres, por ejemplo: “Me has hecho enfadar”, “Mira como estoy por tu culpa”. Los adultos están confundidos en cuanto a la responsabilidad por lo que siente, porque el enfado es suyo y son ellos que reaccionan de esta manera, y solo ellos pueden ser responsables por lo que sienten.
“Haz lo que te da la gana”. Es decir, falta de límites. El niño tiene necesidad de límites, sin ellos se siente perdido y abandonado. Lo puede recibir como falta de interés, que no cuenta para sus padres. También puede desarrollar reacciones exageradas a la situación, por ejemplo enfados grandes o llantos histéricos por cualquier pequeña cosa que resulta ser de la manera diferente de lo que él quiere. Realmente lo que está pidiendo mediante estos tipos de conducta es “Ponedme limites” porque no puede desarrollarse adecuadamente sin ellos en un ambiente sin contención. Los limites firmes y puestos con cariño ayudan a desarrollar seguridad y autoestima.
Estos son algunos de los mandatos familiares con los que nos podemos encontrar. Hay más, cada familia tiene sus propias normas. Normalmente no son conscientes y como humo, van empapando el ambiente familiar sin darse cuenta. En la terapia Gestalt nos hacemos conscientes de ellos, para poder actualizarlos. Ya no necesitamos seguirlos ciegamente y podemos decidir si nos sirven o no.
Seguro que más que uno leyendo estos mandatos se ha sentido identificado y ha podido decir: Si, era esto lo que pasaba en mi familia. Y es verdad, que hay pocas familias que sean perfectamente “sanas”. El ser humano no es perfecto. Sin embargo, el ser humano también tiene el gran arma: la conciencia, para poder darse cuenta y mejorar. Es verdad que no podemos cambiar lo que pasó. Es verdad que no elegimos a nuestros padres. Es verdad que como niños éramos víctimas de la mala gestión familiar y fue injusto. Pero ahora somos adultos y si podemos elegir qué camino tomar. Ahora tenemos más recursos y podemos aprender unos nuevos. También podemos estar culpando a nuestros padres, o preguntarnos a Dios, porqué nos pasó esto, y no nos pasó otra cosa. Podemos hacerlo. Es nuestro libre albedrío. Pero donde nos llevará la queja y el victimismo?
Así que: nosotros elegimos.