Perfeccionismo que nos separa del amor

El perfecionismo puede tomar muchas formas. Puede referirse tanto a los aspectos de nuestra imagen externa como interna. En el primer de los casos se manifiesta en forma de excesivo cuidado corporal y en el segundo en el intento de tener una personalidad perfecta. Las personas con el rasgo de perfeccionismo se caracterizan por estar poco contentas y críticas consigo mismas y con los demás, porque aparte de exigirse ser perfectas a ellas mismas, lo hacen también con los demás. Para ellas nunca es suficiente. Son las que puedes escucharlas decir muchas veces: “Si, pero…” Siempre hay algo que mejorar. Su lenguaje cotidiano está lleno de “debería…” y “tendría que…”, y tienen más presente el deber que el placer.

 

La venta de la perfección

Parece que en nuestra cultura lo perfecto “vende”. Sólo hace falta mirar los anuncios. Venden cuerpos perfectos, dientes perfectos, caras perfectas, ropas perfectamente planchadas. Aparecen super woman perfectas, no sólo físicamente, también ejerciendo de madres perfectamente cariñosas y trabajadoras exitosas. También los hombres son mostrados como héroes, casi dioses, que imponen con su fuerza, entereza, belleza.  El mensaje que nos llega es que lo perfecto es igual a feliz, lo perfecto es igual a exitoso. Por lo tanto, para llegar allí (a este estado de felicidad y éxito permanente) tenemos que ser igual de perfectos.

 

El yo ideal

A base de lo que recibimos de la sociedad, de la familia, y de nuestro entorno forjamos una imagen interna de nuestro yo ideal. Cuando la manera que nos percibimos no corresponde con esta imagen, aparecen sentimientos de frustración. Lo saludable es cuando la imagen ideal nos sirve como inspiración para nuestras metas. Querer aprender y mejorar es una aspiración natural en el ser humano. Marcar unas metas realizables nos motiva y nos ayuda avanzar. Sin embargo, cuando nos hacemos esclavos de nuestro “yo ideal”, lo perseguimos, exigiéndonos alcanzar este ideal (probablemente  inalcanzable), nos convertimos en candidatos casi seguros  para sufrir ansiedad y depresión. Es aconsejable preguntarnos de vez en cuando: Cuál es el yo ideal que persigo? Simplemente para saber que tipo de zanahoria estamos persiguiendo.

Puede pasar que no tenemos claro que ideal perseguimos. A la hora de preguntar, nos quedamos en blanco. Sólo sabemos que “no tengo que ser como soy ahora”. A veces el ideal está claro y existe miedo a abandonar este ideal y convertirse en… eso, en qué? En una persona normal? Por eso, sólo plantearse abandonar o flexibilizar el yo ideal puede producir pánico, porque significaría dejar de aspirar a ser alguien especial. Lo que pasa que si estamos tan centrados en alcanzarlo, nos perdemos nuestra unicidad que ya existe en nosotros de forma innata, nos perdemos nuestro aquí y ahora único y perfecto.

 

“No se libera uno rechazando. Se libera uno amando”  Emmanuel – Pat Rodegast.

A veces vienen personas a la terapia Gestalt con una demanda más o menos consciente de que el terapeuta haga algo para por fin convertirlo en alguien perfecto. Es una sorpresa grande descubrir que de hecho, la cosa funciona al revés; más se trata de reconocer y aceptar la propia imperfección, que intentar llegar a algún ideal. No existen personalidades perfectas. Y no hace falta que existan. Lo que la terapia Gestalt propone es flexibilizar esta personalidad, ampliar nuestro autoimagen e incluir los aspectos antes no reconocidos y no aceptados. También, en la terapia de pareja, se pueden observar intentos de convertir al otro en alguien perfecto. Entonces, como el otro no lo es (ni nunca lo será), en el mejor de los casos aparecen reclamos y enfados, o en peor: separación y búsqueda de alguien que se merezca el título de “perfecto”. Ya podemos imaginar como acaba esta búsqueda….

 

Soy imperfecto  = no merezco

Podemos ver que el asunto de la búsqueda de perfección está estrechamente relacionado con el merecer. O mejor dicho: con no merecer. Como no soy perfecto, no merezco que me pasen cosas buenas. Tampoco merezco ser respetado y amado. Por eso, me voy a esforzar mucho para ser perfecto, así quizás los demás me valoren y me quieran. Así que detrás de la búsqueda de la perfección se esconde una autoestima baja y carencias afectivas infantiles. En algún momento de nuestras vidas aprendimos que “hacerlo bien” trae consigo el premio en forma de reconocimiento y afecto, así que seguimos en la misma línea, repitiendo el mismo patrón. Pero, a qué precio?…

 

Abrazando la imperfección

Si podemos vernos imperfectos y al mismo tiempo darnos permiso de vivir, conectamos con la dignidad. Con este mismo acto, damos permiso de vivir a los demás a pesar de sus defectos. Es un gran descanso poder mirarse bien a pesar de todas las imperfecciones. Aquí un buen recurso es el humor, saber reírse de uno mismo es absolutamente liberador. Y otro recurso es el cariño, poder vernos con afecto nos sana.

Dice Elvira Coderch “El perfeccionismo te separa de amor”. Cuando dejamos de lado la lucha por perfección, por fin podemos ver con los ojos de niño. Es una mirada inocente y abierta, sin juicio. Un niño hasta una cierta edad no quiere ser perfecto, ni se lo plantea (al menos antes de ser educado que debe serlo). En esta mirada podemos descubrir el amor hacia nosotros mismos, y amor hacia los demás. Y también ver que no hace falta ser perfectos para ser amados. De hecho el amor verdadero lo abraza todo – lo bello, lo feo, sin distinguir entre uno y otro.

Así que, celebremos nuestra imperfección y abrazémonos tal como somos: perfectamente imperfectos!

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