La emoción de vergüenza se manifiesta en el cuerpo como una sensación de empequeñecimiento, encogimiento en el pecho y en el abdomen, sensación de calor en la cara y las manos. El impulso puede ser de escondernos en algún lugar, de salirnos corriendo, “que la tierra nos trague”, que los demás no nos vean.
Todos hemos vivido la vergüenza en algún momento de nuestras vidas. Al no saber respuesta a una pregunta en la clase o en una reunión de trabajo, al quedar en evidencia que nos hemos equivocado en algo, al hablar en público, al confesar a alguien algo que hemos hecho que creemos que es malo, al sentir determinadas emociones respecto a alguien (p.ej. rabia contra nuestros padres o un ser cercano fallecido),o sentirnos atraídos por personas que creemos que “no debemos” sentirnos atraídos (p.ej. alguien que está casado), etc. Existe una convicción que lo que sentimos, pensamos o hacemos, no coincide con un modo ideal de hacer, sentir o pensar. Mostrarlo al otro podría llevar a que él confirmaría la indignidad que sentimos.
Cuando hablamos de vergüenza, siempre de fondo existe un convencimiento de no ser adecuado en los ojos del otro, de indignidad. Pero sobre todo no nos sentimos dignos frente nosotros mismos. Tenemos una baja calidad de ser, por no haber cumplido cierta “regla”. Tiene que ver con quien creo que debería ser y no soy, por lo tanto me siento incompleto. Mostrarme así – incompleto, delante del otro, me produce vergüenza, porque pienso que el otro me rechazará de la misma manera que me estoy rechazando yo mismo.
No existe la vergüenza sin el que avergüenza. Por ejemplo: un niño expresa su rabia espontáneamente, de forma natural. La madre lo juzga como un comportamiento “malo” y el niño acaba sintiendo vergüenza, porque la reprimenda viene de una figura de referencia que el niño aprecia, y quiere pertenecer a su sistema familiar. El aprendizaje es “no debería sentir rabia”, o “sentir rabia es malo”. Si la situación se repite, el niño interioriza este aprendizaje y como adulto, cuando sienta la rabia contra alguien, sentirá vergüenza, y probablemente le será difícil expresar la rabia. Dentro de él existirá un “avergonzador”, que dice que “expresar la rabia es malo”, que fácilmente se convierte en “eres malo, indigno, eres nada”. Y de esta manera llevará a afectar negativamente la autoestima del individuo.
La Terapia Gestalt nos permite integrar el aspecto de “avergonzador”, reconociéndolo, escuchándolo, cuando aparece su voz que nos dice que somos desgraciados. Al integrarlo, podemos convertirlo en un cooperante y nos damos a nosotros mismos la posibilidad de identificarnos con la totalidad que somos, y no sólo con un aspecto idealizado “como debemos ser”.
La vergüenza tiene que ver con nuestra necesidad de pertenencia a un grupo: familiar, social, a la raza humana, y con la necesidad de individualizarnos de este grupo, confirmar que somos un ser único e irrepetible. Estos dos impulsos coexisten en nosotros, y nuestro camino es poder integrarlos a los dos. Por un lado deseamos formar parte de algo, pertenecer nos da sensación de bienestar, seguridad y dignidad. Pero pertenecer a un sistema conlleva respetar hasta un cierto punto sus normas, normas que no se pueden cumplir de forma absoluta. Como dice Marcelo Antoni en el libro “Las cuatro emociones básicas”, “tales normas son imposibles de cumplir al cien por cien, y aunque se cumplan del todo, no arreglan la imperfección humana”.
Estamos en una mesa donde se conversa sobre un determinado tema. Nosotros no sabemos nada o suficiente sobre él y nos da vergüenza preguntar. Pensamos que si preguntamos, quedaremos como “tontos” y estaremos de alguna manera excluidos del grupo. A veces la exigencia de ser perfecto y saberlo todo, y también excesivas ganas de cumplir las expectativas del entorno, nos pueden llevar al sentimiento de vergüenza. Pensamos que al expresar nuestra falta de conocimiento, nuestras equivocaciones, nos pueden hacer daño o rechazarnos. No nos damos cuenta que de esta manera nos causamos daño a nosotros mismos y nos rechazamos, y nos podemos conducir de esta manera a aislamiento, evitando un verdadero contacto con los demás. También no nos permitimos aprender algo nuevo. Reconocer que no somos perfectos, que no sabemos todo, que a veces nos sentimos perdidos, forma parte de nuestra propia sanación. Explicitarlo puede ser sentido como un paso arriesgado, aunque no hay mayor satisfacción que sentirse auténtico y coherente con uno mismo, y poder mostrarse de esta manera a los demás. Es esto que nos lleva a tener una autoestima sana y también conectar con los demás desde un lugar verdadero. Así que la vergüenza puede ayudarnos a tomar conciencia, donde y en que nos exigimos para ser quien no somos en realidad y nos da una oportunidad de aceptar nuestras imperfecciones.