Parece bastante lógico decir que si la relación no es nutritiva, es mejor dejarla. Si causa más sufrimiento que alegría, es mejor abandonarla. Pero a veces parece que no es fácil dejar una relación que nos resulta «tóxica». Porqué es así? No deseamos todos un buen amor? No es lo que buscamos? Porqué seguimos en un lugar aunque nos supone tanto sufrimiento?
Hay factores, que tienen que ver con nuestro carácter, con nuestra forma de vivir una relación que aprendimos en nuestras familias, con nuestro estilo afectivo, que pueden ser decisivos a la hora de tomar la decisión de quedarnos en una relación aunque se parezca más a un campo de batalla que un jardín de Edén.
A veces hay mucha pasión en la relación, y ésta no sólo se manifiesta en la sexualidad, también en las peleas. Viendo a las parejas que se pelean tanto, se insultan y se maltratan, pensamos: pero porqué no se separan? Resulta que el vínculo se crea no sólo a base de un intercambio respetuoso y cariñoso, sino también se refuerza con un intercambio agresivo y difícil. “Estas parejas a veces desean que el otro muera, o se lo dicen abiertamente en su penosa lucha de amores lastimados, reconvertidos en miedos y reproches, pero cuando el otro muere, entran en una grave crisis, se deprimen durante mucho tiempo y añoran la presencia del compañero que han perdido” dice J. Garriga en su libro “Buen amor en la pareja”.
Muchas veces es el miedo a quedarse sólo que nos mantiene en una relación no satisfactoria. Hay personas que pueden llegar a soportar fuertes maltratos físicos y psicológicos, para evitar quedarse solas. La idea de llegar a casa y encontrarse con el vacío resulta tan insoportable, que prefieren seguir aguantando una relación poco sana.
Miedo a salir de la zona de confort es otro factor que existe a la hora de evitar salir de una relación de sufrimiento. Según el dicho popular: “Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Y allí se quedan, a veces largos años, en su zona de confort, poco confortable en realidad, pero al menos tienen una sensación de aparente seguridad, de lo conocido.
Hay personas que tienen una fuerte identidad de “esposa”, o “marido”, o “madre”, piensan que sólo son esto: esposa, marido, madre, y nada más. Y cuando la relación se pone en peligro, intentan a toda costa evitar la ruptura, porque la separación significa perder su “yo”, su apreciada identidad. El sufrimiento que supondría perder una parte de su “yo” es un mal mayor comparando con los maltratos que sufren actualmente.
A veces nos encontramos una necesidad obsesiva de cariño por parte de un miembro de la pareja. A una pequeña muestra de cariño por parte de la pareja, uno dice silenciosamente: “Qué dure, qué dure…”, no queriendo acordarse de los sufrimientos, ni tampoco tocar el tema para “no estropear” los escasos momentos de dulzura. Y también estos momentos sirven para justificar al otro: “Bueno, no es tan malo… Hoy se ha portado bien…” dudando incluso de sus vivencias dolorosas “Quizás lo haya exagerado todo….?”. Y poco a poco se convierte en un mendigo que espera cariño del otro, evitando asumir la responsabilidad de ver con claridad la imagen completa, donde normalmente aparece más violencia que cariño.
También a veces aparecen fantasías que se convierten en autoengaño, que el otro un día cambiará, gracias a nuestra paciencia y bondad. Y podemos vivir con esta esperanza, alimentándola y agarrándonos a ella, como a un clavo ardiendo. Pues la verdad es que el otro cambia cuando él quiere cambiar, y no cuando nosotros queremos. Podemos intentar comprender al otro, empatizar con él, esto de hecho es la base de construir una buena relación. Pero no podemos olvidarnos de nosotros mismos, de nuestras necesidades, y darnos cuenta cuales son nuestros propios límites que no deben ser traspasados nunca, ni siguiera por nuestra pareja.
La pareja es un compromiso, que a veces se confunde con una “inversión”. Hay personas que vienen a la terapia de pareja diciendo “Hemos invertido tantos años, tanto empeño, ahora como vamos a separarnos?”, decidiendo a veces aguantar una relación de sufrimiento, aunque lo más adecuado sería dejarlo. Me pregunto si dejarlo significaría quizás reconocer que la “inversión” no ha salido “rentable”?… Citando a J. Garriga “A menudo, las personas nos comemos nuestra “inversión” en la pareja aunque nos siente mal, aunque experimentamos la relación como equivocada o desvitalizante. Pero lo prudente y positivo puede ser abandonar el empeño, saber soltarse, deponer las armas, reconocer las señales de tensión en el cuerpo cuando lo que vivimos no nos produce satisfacción ni nutre a la pareja”
En fin, los motivos de permanecer en una relación de sufrimiento pueden ser muchos. A veces necesitamos ayuda de un terapeuta para poder tomar conciencia que lo que queremos y necesitamos es soltar. El dejar ir puede ser un proceso doloroso, que a veces se lleva a cabo mediante pequeños y lentos pasos que vienen como consecuencia de un trabajo interno de desapego. Al final, lo que ganamos es algo que no tiene precio: recuperar el autorespeto y la dignidad, y poder reconocernos como un ser que merece un buen amor.
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