Podemos observar en la terapia de pareja y también en la vida cotidiana, cuanta energía y esfuerzo invertimos intentando cambiar al otro, poniendo mucho empeño en que se ajuste a nuestras expectativas. Determinamos las condiciones: tienes que ser así o asá para que te pueda amar. Para que yo sea feliz, tú tienes que hacer esto o aquello. La mirada está fijamente puesta en el otro, normalmente en lo que consideramos sus defectos, por supuesto. “Si sólo él/ella cambiará, todo sería diferente… “ . Pocos se cuestionan a sí mismos y se preguntan: “No debo ser yo que tiene que cambiar?…”
Creemos que el otro está aquí para hacernos felices y a veces demandamos con fuerza que nos proporcione esta felicidad. Tenemos esperanza de que el otro nos complete de alguna forma, que nos dé lo que a nosotros nos falta. Qué carga tan pesada para la persona que está con nosotros! Y también es imposible de cumplir. Pero a veces preferimos permanecer en el sueño infantil de “Cuando él cambie, yo seré feliz”, y seguir esperando hasta que esto ocurra.
Lamentablemente, la pareja no está aquí para cumplir con nuestras expectativas, sino más bien compartir con nosotros una parte de nuestro camino, y también acompañarnos en el viaje.
Por lo tanto es importante volver la mirada hacia nosotros mismos, y ver qué estamos exigiendo del otro? Atención? Cariño? Qué se haga cargo de nosotros? Admiración? Este tipo de demandas tienen que ver con nosotros mismos, con nuestras heridas infantiles que no han sido curadas. Nos movemos por la vida buscando lo que no recibimos en nuestra infancia, intentando recibirlo en las relaciones. Y aquí las relaciones de pareja son fantásticas para poder ver como exigimos al otro, como lo manipulamos para recibir nuestra dosis de atención, cariño, respeto, o lo que sea. Y como nos frustramos cuando no lo recibimos. Dicen que en una relación de pareja puede surgir lo más divino y lo más diabólico de nosotros mismos. El vínculo de pareja permite que haya suficiente confianza para poder abrirnos y ser lo que somos realmente, con nuestras luces y sombras. Con las luces no hay problema, son ellas que brillan en los momentos de complicidad, amor, entendimiento y ternura. Pero qué hacemos con las sombras?
La responsabilidad por ellas es fundamental. No conseguimos nada constructivo empeñándonos en culpar al otro, repitiendo como un mantra: “Porque él… porque él… porque él… (hace, dice, piensa…)”. Necesitamos mirarnos a nosotros mismos y cambiar el mantra a: “Cuando tú (haces, piensas, dices), a mi me pasa esto o aquello….”. En esta afirmación nos apropiamos de nuestra vivencia, de nuestra demanda y tenemos más posibilidades de asumir la responsabilidad por lo que nos pasa y separar lo que es del otro y lo que es nuestro.
La pareja no tiene ninguna obligación de hacernos felices. De hecho, no tiene este poder. Nadie lo tiene. Pero si que puede ayudarnos a ver nuestras heridas y poner luz a nuestras sombras. Detrás de las demandas, existe un dolor que en su momento sufrimos. Heridas infantiles que siguen sangrando a pesar de los años. Necesidades insatisfechas que quieren satisfacerse. Es bueno y terapéutico identificarlas y hacerlas conscientes, para poder tener una conversación sincera con la pareja, para que él/ella sepa, donde nos dolió, que es lo que no recibimos de nuestros padres y ahora estamos intentando compensarlo a toda costa. En vez de reclamar y pedir al otro que cambie, nos podemos abrir a él/ella, y empezar a crear fundamentos para una relación más plena y consciente. Ver y aceptar nuestras imperfecciones es la base de un trabajo personal profundo. Como dice Neuhauser: “Sólo podemos amar lo imperfecto. Sólo de lo imperfecto nace un impulso de crecimiento, no de lo perfecto. Lo perfecto descansa en si mismo, lejos de la vida normal.”
En la terapia de pareja a veces hacemos una pregunta para reflexionar: Cómo puedo ser yo un buen compañero de mi pareja? Qué significa para mí ser yo una buena pareja? Qué es lo que puedo aportar a la relación? Una buena relación de pareja comienza por un trabajo individual. Conseguir una buena relación con uno mismo es un esfuerzo útil, porque gracias a él podemos contar con una buena “danza” con el compañero, donde cada uno es consciente de sus sombras y sus luces, y puede compartirse con sinceridad, confianza y entrega.