Porque vivo una relación con sufrimiento o ansiedad? Porqué sigo en una relación que claramente no me hace feliz? Porque no puedo dejar la relación, aunque lo intento? Estas preguntas pueden hacerse personas que están en la situación de dependencia emocional. Puede tratarse de relaciones de personas que todavía están entre nosotros, o personas fallecidas. Ocurre en parejas, y también en relaciones de familia (respecto a los hijos, padres…), amistades.
Son relaciones que se pueden describir en pocas palabras: Aunque sufro, no puedo dejarlo. Tanto no puedo dejar la relación en sí, como no puedo dejar la manera que vivo yo una relación.
Las personas dependientes emocionalmente viven en ansiedad. Miran a menudo el teléfono en espera a una llamada, o un Sms del ser amado. Si están solas, es como si no fueran una persona entera, le falta algo y muchas veces se sumergen en la tristeza y desesperación. Cuando están con él o con ella esperan su sonrisa, a ver como se levanta hoy, a ver como les mira, a ver que les dice. Los días son medidos según si el otro me ha hecho caso o no. Si es que sí, es un buen día. Si es que no, es un día horrible.
Prefieren sufrir, dejándose incluso maltratar psicológica y físicamente, antes que dejar la relación. El miedo está presente, porque sienten amenaza de perder a la persona, ya que están convencidas que sin el otro, la vida no tiene ningún sentido. Otras relaciones pierden importancia, hasta el punto de ir desapareciendo.
A menudo se culpan a ellas mismas “Me trata mal, pero en el fondo es mi culpa. Yo soy la peor, yo he provocado esta situación”. Se muestran excesivamente sumisas en los conflictos, sin ser capaz de expresar su punto de vista y amoldándose al otro, ya que defender lo propio puede significar pérdida de la relación.
También pasa lo contrario, cuando surge un conflicto, a la mínima reaccionan con agresividad o con una explosión emocional, como respuesta al miedo que sienten cuando la relación se ve en un supuesto peligro.
Se ponen a fantasear, poniendo la responsabilidad en el otro. Sería ideal el otro cambiara estas cosas que a mi no me gustan. Entonces viviríamos felices y comiéramos perdices. Pero el otro cambia cuando él o ella quiere, y no necesariamente cuando nosotros queremos.
A veces llega un momento que se dan cuenta: Esto no es sano. Estoy hecha polvo. Estoy en un estado de ansiedad constante. No sé si soy yo, o es el otro, pero algo va mal. Esto ya es algo bueno, darse cuenta que aquí no está funcionando algo. Cuestionarse algo es una capacidad que nos da la oportunidad de cambiar.
Hay una parte de nosotros que quiere desesperadamente estar con la persona, y la otra sufre la relación. Reconocer esta dualidad es otro gran paso. En la Terapia Gestalt hablamos de estas polaridades. Tiene que haber algún tipo relación de amor – odio, afecto – sufrimiento. Si sólo hubiera amor, o sólo hubiera odio, no estaríamos enganchados.
Lo interesante es mirar qué es lo que necesita la parte “enganchada”? Necesita sentirse acompañada? Necesita cariño y afecto que no me puedo dar a mi mismo? Qué es lo que tanto aprecio en el otro o demando de él que no me doy yo mismo? Muchas veces se trata de recursos propios que no han sido reconocidos y desarrollados y buscamos fuera lo que ya tenemos, aunque, puede ser, en un estado algo “dormido”. En la Terapia Gestalt podemos explorar estos recursos e intentar potenciarlos, despertando estas partes que han estado temporalmente dormidas. Así empezamos a subir nuestro nivel de autoestima y ver que de hecho somos una persona completa y no nos falta nada.
Por supuesto que es muy agradecido disfrutar de la compañía de las personas queridas. Pero quizás esta relación de dependencia nos da la oportunidad de aprender a disfrutar de nuestra propia compañía, de poder descubrir algo nuevo en nosotros mismos, que no depende de nadie más: sólo de nosotros. De esta manera podemos enriquecernos, y enriqueciéndonos a nosotros, podemos estar con el otro no desde la necesidad sino desde la libertad. El otro deja de ser una “droga” que tomamos, sino se vuelve un compañero con el que realmente podemos disfrutar.