Todo el mundo busca algo. Algunos buscan relaciones satisfactorias, algunos un buen trabajo, otros salud, dinero o fama, otros conocimiento. Tal como llegamos a satisfacer un deseo, florece otro para ser satisfecho. Es lo que nos mantiene en movimiento y es un movimiento natural también, intentar mejorar nuestras condiciones si no estamos satisfechos con lo que hay.
A veces conseguimos lo que queremos y estamos contentos. A veces no lo conseguimos, entonces nos frustramos.
Algunos saben que un placer efímero ya no será suficiente para obtener satisfacción. Hay algo dentro de nosotros, una voz intuitiva que nos dice que hay una felicidad más estable, que no se acaba una vez consumido el placer. Allí es donde empieza la búsqueda espiritual.
Los buscadores espirituales buscan la iluminación, su propio Ser, a Dios, a la paz, a la felicidad permanente. O sea: la búsqueda sigue pero ahora el objeto deseado es diferente. Ya no queremos un coche, un novio nuevo o una casa. Incluso cuando nos dicen los maestros: “busca dentro de ti”, seguimos en movimiento, ahora adentrados en nuestro mundo interno.
Por un lado, eso tiene que ocurrir así. Sin el deseo no es posible avanzar, la búsqueda tiene que ocurrir. Y también disfrutamos del viaje. Es bastante guay ser un buscador. Me ha gustado mucho esta etapa. Otro curso, otra técnica de meditación, otro tipo de terapia, otra experiencia. Vamos avanzando, vamos mejorando, nos estamos acercando. Por supuesto que se disfruta. Podemos estar así años y años, disfrutando de nuestro viaje, y está bien.
También se forma una identificación tremenda con el personaje “buscador espiritual”. Antes eramos “personas normales”, ahora nos hemos vuelto “personas espirituales”. Y nos gusta este disfraz.
Pero puede llegar un momento en la vida del buscador, cuando se encuentra con una sensación interna que dice: ya basta. No quiero buscar más, ahora quiero encontrar. Es un momento muy fuerte, muy auspicioso, muy poderoso. Es un suerte inmensa llegar a este punto. Aquí algo tiene que ocurrir. Alguna puerta se tiene que abrir. Para mi la puerta más directa que se abrió fue la de Advaita Vedanta. Es allí cuando sentí por primera vez, que se acabaría mi búsqueda. Estaba lista de dejar mi disfraz de buscador, aunque me gustaba bastante. Me abrí a la posibilidad de un encuentro real con lo que realmente Es y lo que estaba aquí siempre: antes, durante y después de la búsqueda. Este encuentro sólo es posible si dejamos de lado todos los disfraces, incluso los más apreciados, y nos permitimos estar totalmente desnudos. Dentro de la desnudez encontramos nuestra Eternidad.