Después de la etapa de Encuentro, que dura entre 2 y 3 años, llega la etapa de Compromiso, que dura de 2 a 4 años aproximadamente.
Otra vez necesito recalcar que no estamos hablando de fechas exactas, sino aproximadas. En algunas parejas la etapa de compromiso puede empezar incluso a un año. Generalmente, es cuanto más mayores nos hacemos, nos es más fácil pasar a la etapa de compromiso, porque tenemos más seguridad, más experiencia vital, tenemos más claro lo que queremos.
Qué es lo que cambia en la relación de pareja en la etapa de Compromiso? Recordamos que en la fase anterior, estábamos bajo la influencia de las hormonas, y eso tuvo sus consecuencias en un deseo sexual elevado, pasión, encuentros sexuales frecuentes. Después de 2 – 3 años, ya no hay tanto de esto. Sigue habiendo un deseo, pero puede ser menos fuerte y menos fogoso.
Antes, no necesitabas nada más aparte de estar al lado de la persona querida. Ahora, esta necesidad no es tan desesperada. Sigue habiendo afecto, pero es mucho más sereno. Hay personas que se asustan cuando esto pasa: Es que no nos queremos ya? Y no, no es que no se quieren, de hecho ahora nace la oportunidad de que una nueva calidad de amor surja: más tranquila, menos “loca”, y no por eso peor. Hay personas enganchadas a la fase de enamoramiento: sus relaciones duran 3 meses o 3 años aproximadamente, justo según lo que dura la inyección hormonal. Luego la cosa se acaba, y buscan otra persona para enamorarse.
Aparece la pregunta: Qué hacemos? Lo que hay entre nosotros es suficiente para seguir juntos? Quiero estar con esta mujer / hombre? Quiero seguir apostando por esta relación? Si la respuesta es si, la relación sigue. Qué nos hace tomar la decisión “si”?
Muchos terapeutas de pareja están de acuerdo en que cuando hay muchos conflictos al principio de la relación, no es un buen augurio. Si la relación desde principio requiere mucho esfuerzo y sacrificio, es para empezar a preguntarse qué está pasando. Aunque es verdad que no hay reglas inamovibles, lo que ayuda en seguir con la pareja es un estilo afectivo parecido. Como dice J. Garriga en su libro “Un buen amor en la pareja”: “Es cierto que podemos modificar un poco las pautas afectivas y de relación que hemos aprendido, (…) pero no debemos hacerlo radical o completamente, y tampoco siempre es necesario. Podemos cambiar un poco el estilo afectivo, pero vale la pena juntarnos con personas cuyo estilo afectivo encaja bien con el nuestro.”
También ayuda tener varias cosas en común, en cuanto a la forma de vida, gustos, hobbies. Dicen que los opuestos se atraen, pero si los puestos son demasiado opuestos, es decir que haya más diferencias que parecidos, puede ser difícil. Si a uno le gusta una vida activa, con mucho movimiento, salir de noche, traer amigos a casa, y el otro prefiere llevar una vida “casera” y tranquila, no es que sea imposible seguir con la relación, pero requerirá esfuerzo integrar las diferencias. O cuando uno quiere vivir en el centro de la ciudad y el otro le gusta el campo. Y más es así cuando tratamos asuntos vitales, como por ejemplo la posibilidad de tener hijos. Es bastante común que la pareja se rompa si no hay acuerdo en este asunto.
Podemos ser compañeros, aparte de amantes? Esta es la pregunta cuando nos decidimos seguir hacia adelante con la relación. Porque para poder hablar de un compromiso, de una convivencia, la relación tiene que trascender el dormitorio. Muchos terapeutas de parejas y familiares consideran a una relación se convierte en una relación de pareja cuando empieza la convivencia. Si no, estamos hablando de la época de noviazgo todavía. Porque sólo cuando hay convivencia, nos podemos conocer de verdad.
Y este puede ser “el problema” – conocernos de verdad. Porque en la etapa anterior no nos conocimos realmente, sólo pudimos ver alguna imagen idealizada del otro, que no tenía que ver con la realidad. Ahora sí que empezamos a vernos: lo bueno y lo malo también. Empezamos a ver, que antes se nos pasaban por alto muchos detalles en los que nos fijamos ahora, y no necesariamente nos gustan. Y no se trata sólo de los míticos calcetines que se dejan por allí, o la tapa del wáter levantada. También conocemos que él cuando se levanta por la mañana, está de mala ostia. Y ella, antes de la regla se encierra en la habitación y no quiere ver a nadie. Y él, cuando discuten, tiene que salir a tomar el aire y la deja con las palabras en la boca. Y ella necesita muestras de cariño justamente cuando él está viendo un partido importante de la liga. En fin, mil y una cosas, relacionadas con la convivencia, con las formas de vivir, con el carácter de cada uno, con las formas de relacionarse, con las maneras de gestionar las emociones.
Muchos temas que estaban aparcados en la etapa de noviazgo (muchas veces por el miedo de no estropear “el paraíso”), empiezan a surgir. Es cuando debemos desarrollar las capacidades de dialogar y de llegar a los acuerdos. Es cuando nos podemos dar cuenta de nuestros propios apegos, manías, hábitos,
Por el otro lado, también existe la ilusión de crear juntos, el hogar, “el nido”. Este puede ser el primer proyecto común creativo de la pareja. Los dos miran juntos en una dirección, aportan a algo que se crea entre los dos, y esto da la oportunidad de que el vínculo se haga más fuerte y más profundo. Al mismo tiempo se confrontan roles masculinos y femeninos, las responsabilidades en casa, y eso puede crear tensiones.
A la vez se van incorporando otras personas en la relación – la familia, los amigos. Aquí pueden hacerse más evidentes las diferencias en formas de relacionarse y hábitos relacionados con ellas. Quizás ella está acostumbrada a reuniones familiares frecuentes con toda su familia numerosa, y para él es suficiente ver a los familiares 3 veces al año. Es importante en esta etapa poder ver al otro en su contexto familiar, intentar comprender y respetar lo que trae. Al fin y al cabo, él viene de allí, y estos son sus orígenes, nos guste o no.
También podemos darnos cuenta hasta que punto de forma inconsciente traemos a nuestros padres, a nuestra propia relación de pareja. Esto puede hacerse ver en comportamientos que son iguales a los que tenía alguno de los progenitores, o en rebelión contra tales comportamientos (“yo no voy a ser como mi mama, voy a hacerlo mejor!”) o en tipo de relación que mantuvieron nuestros padres, con todos sus mandatos (“las mujeres se ocupan de la casa”, “los hombres deben aportar seguridad”). Esto en si no es bueno ni malo. Desde la terapia Gestalt invitamos a darnos cuenta de que patrones repetimos para poder elegir cuales nos sirven y cuales no.
La etapa de compromiso es seguida y se entrelaza con la de autoafirmación, donde cada uno puede definir quién es en esta relación. Sobre esto escribiré en otra ocasión.